Como en su día rezara la canción, no soplan buenos tiempos para la lírica. Para los que desde luego no soplan hoy aires favorables es para los trabajadores de RTVE, envueltos como estamos en la duda y la incertidumbre sobre el futuro que nos acecha.
A mí me salieron los dientes profesionales en ésta casa. Comencé en la extinta Radiocadena Española (RCE) al alborear la década de los 80 para, tras la fusión, pasar a trabajar -incluso con responsabilidades directivas- en Radio Nacional de España (RNE) y desembocar luego en Televisión Española (TVE). He conocido durante mucho tiempo esa sensación, ese sinvivir de estos días en las tres sociedades. A RCE le firmaban la sentencia de muerte cada dos por tres los sepultureros que luego zascandileaban cual saltimbanqui de aquí para allá.
Entonces, como ahora, sigo pensando en el gran favor que le hicieron a RTVE todos aquellos que, a lo largo de su historia, pasaron por sus sillones como trampolín para otro u otros destinos. ¡Qué poco les dolía la casa!
También a RNE le sonaron los clarines más de una vez, en este cuarto de siglo de mis derroteros profesionales, con el cierre de diferentes emisoras comarcales -que sí se produjo en 1991- y la amenaza para otras que, auguraban, correrían la misma suerte.
Luego vinieron las regulaciones de empleo en las que se nos fueron compañeros que a los 58 años estaban en su mejor momento, mientras permanecímos otros que, quizá a nuestros treinta y pocos, no les llegábamos ni a la suela de los zapatos. Yo siempre he pensado que en RTVE, como en la vida misma, hubo y hay gente joven, vigorosa y dispuesta con cincuenta y tantos tacos ... y viejos, trasnochados y acabados con veinte y pocos. La pena es que, como se suele decir, siempre hay que cortar por algún lado.
La radio y televisión pública de éste país ha sido la verdadera escuela de formación de tantos y tantos profesionales que luego, tentados por otras opciones, emigraron para mejorar sus expectativas laborales y, por ende, sus cuentas corrientes. Otros se quedaron porque creían en ella, en su marca, su modelo y su estilo y otros, finalmente, porque no tenían más remedio.
Quiero compartir estos momentos de zozobra con todos y cada uno de mis compañeros que creen, de verdad, en la radio-televisión pública en España. Y con mi coetáneo, el escritor británico Roger Wolfe, recordar lo que ha dejado dicho: “Yo creo que llevo unos veinte años odiando y amando la televisión. Y es que las épocas de nuestra vida se pueden fijar en el recuerdo en función de la programación”.
31.8.05
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