14.9.05

El toro de Tordesillas

La ciudad de Tordesillas, donde en 1494 Juan II y los Reyes Católicos firmaron el acuerdo diplomático por el que se revisó la delimitación de las tierras descubiertas por portugueses y españoles, es triste protagonista estos días por una salvajada.
Los mozos festeros apelan a tradiciones ancestrales a la hora de defender, a capa y espada, la muerte de un morlaco al que conducen desde el centro del pueblo hacia las afueras para, una vez allí, acorralarlo y darle muerte clavándole lanzas. Es "El Toro de la Vega" y se celebra conmemorando la festividad de la Virgen de la Peña.
Este pasado fin de semana se trasladaron hasta allí opositores a esta auténtica matanza para intentar paralizar tamaño espectáculo. No lo consiguieron y no sólo eso, sino que a punto estuvieron de ser apalizados por los bravos defensores de tan dantesco festejo.
Al final, la fiesta se celebró el pasado martes, 13, y, un año más, un toro -llamado no sé si irónicamente Zapatero- corrió ante la algarabía de propios y extraños para, acorralado en un paraje, junto al arbolado, recibir lanzas por doquier en sus lomos y caer exhausto. Tras ello, un escasamente ducho puntillero acabó con el animal luego de pincharle reiteradas veces en la zona que los humanos diríamos de la nuca.
Al vencedor de esta sangría le otorga el ayuntamiento local una insignia de oro y una lanza de hierro forjado en justo premio a su hombría.
Los defensores de todo esto -declarado fiesta de carácter regional- lo comparan con lo que pasa en una plaza de toros: y no es lo mismo. Yo no soy un taurófilo de pro que se diga y puedo hasta entender lo que acontece en un coso entre un hombre y un animal. Pero lo de Tordesillas es mucho más que eso. Es algo para avergonzarnos todos. Para correr las cortinillas. Para meternos debajo de la mesa. Para que se nos caiga a todos la cara al suelo de vergüenza.

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