El varapalo que los electores polacos han dado a las formaciones de izquierda en las elecciones celebradas este domingo ha sido de órdago a la grande. Es normal que en Polonia, tras lo vivido y padecido en los años del telón de acero, todo lo que huela a comunista o similar produzca repulsión. De los tres partidos de izquierda que concurrían a las elecciones legislativas, sólo una, la Alianza de la Izquierda Democrática (SLD), ha podido superar el mínimo del 5 por ciento que establece la ley para acceder al Parlamento: 49 escaños de los 460 que integran la Cámara Baja, el Sejm.
Desde el otro lado, desde el centro-derecha, la conservadora "Ley y Justicia" (PiS) de Jaroslaw Kaczynski, es la ganadora de la jornada y la liberal Plataforma Cívica (PO), con Jan Rokita, como candidato a jefe del gobierno, sumarían 305 escaños. Sin embargo, la abstención ha sido la otra gran protagonista de estos comicios. Según las estimaciones de la televisión pública TVP, de los 30 millones de polacos que tienen más de 18 años y por tanto derecho a voto, únicamente lo hizo entre el 38 y el 40 por ciento. Y eso a pesar del fuerte peso específico de la Iglesia en ese país, donde el emblemático ex-secretario de Juan Pablo II, el arzobispo de Cracovia, Stanislaw Dziwisz, llegó a decir que no votar era pecado. Con todo y con eso se trata del índice de abstención más bajo de la corta historia democrática de Polonia.
Tal y como leo en crónica remitida desde la misma Varsovia, el "Goodbye Lenin" que, estableciendo un símil con la taquillera película del alemán Wolfgang Becker, dijeron los polacos a los partidos más entroncados con su historia reciente, ha sido tan rotundo que el futuro ejecutivo gobernará sin oposición. Lo dicho: todo un palo para la izquierda.
26.9.05
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