
El tal
Txapote se asoma los periódicos con su barbilla de chivo, su gesto altivo, sus manos esposadas y su jersey de cremallera color mierda. En julio de 1997, este personaje,
Francisco Javier García Gaztelu, terrorista del comando Donosti, nos mantuvo en vilo a los españoles pues él, junto a otros dos compinches, tuvo en su mano la potestad de decidir si un joven concejal del PP en Ermua (Vizcaya) viviría o moriría cual César imperial en el circo de los romanos. Se trataba de
Miguel Ángel Blanco en torno a cuya figura se concitaron tantas emociones y sensaciones en aquellos días cuando algunos creíamos -ilusos fuímos- que desde el consenso y el impulso de todos (todos, incluído
Arzalluz) a la bestia se la podría domar. No fué así y
Txapote y los suyos acabaron con el sueño de devolver a la vida al joven edil al que asesinaron de forma cobarde en un monte verde de su Euskadi natal.
Ahora el verdugo ha sido entregado desde la vecina Francia a las autoridades españolas para que responda por ese crimen execrable así como, entre otros, por los del también político popular
Gregorio Ordóñez, del socialista
Fernando Múgica y del sargento de la Policía Local de San Sebastián,
Alfonso Morcillo. Ayer llegó al aeropuerto de Barajas custodiado por agentes de la Interpol. Lo trasladaron a la Audiencia Nacional donde
se negó a declarar. Desde febrero de 2001 estaba encarcelado en una prisión gala por asociación de malhechores. A ver si hay suerte y ahora se pudre en una cárcel española.
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