17.12.05

La Guatemala de Fernando


En Guatemala los pobres lo son de solemnidad. Lo son no sólo en lo económico sino también en lo educativo, en lo social y en lo ambiental. El parámetro internacional considera pobres a las personas que tienen ingresos de dos dólares diarios e incluso -por increíble que parezca- menos, y extremadamente pobres a aquellas personas cuyo ingreso diario es de tan solo un dólar o, si cabe, todavía menos. Pues bien: más de la mitad de la población guatemalteca es pobre y más de un cuarto extremadamente pobre.
El Banco Mundial indicaba hace unos pocos años que casi el 40 por ciento de la población de ese país centroamericano vive con menos de un dólar al día y más del 64 por cien de los guatemaltecos con menos de dos dólares diarios. Se trata de una sociedad multiétnica, dividida en 22 grupos, predominando los mayas. Conviene no olvidar que Guatemala vivió más de tres décadas inmersa en una devastadora guerra civil que parecía interminable y que concluyó entrados los años noventa del siglo XX. En ella murieron o desaparecieron más de 200.000 personas -de ellas 40.000 niños- en un país de 11 millones de habitantes. En ese contexto es en el que al misionero español Fernando Bermúdez le han concedido la Orden Monseñor Juan José Gerardi, que le entregaba la Iglesia Católica de Guatemala, por sus esfuerzos en defensa de los derechos humanos en ese país. La distinción lleva el nombre del obispo Juan Gerardi quien fue vilmente asesinado en abril de 1998, en la casa parroquial de la iglesia San Sebastián, a solo unos metros de la sede oficial del Gobierno. Lo mataron a golpes.
Fernando Bermúdez, nacido en Alguazas (Murcia), trabaja desde 1989 en educación popular en la colonia Ciudad Peronia, al sur de la capital; también, en estos años, se ha dedicado a escribir varios libros sobre religión. Además, es miembro de la Coordinadora de Comunidades Cristianas “Monseñor Romero” de Centroamérica y enlace de la Presidencia del Secretariado Internacional Cristiano de Solidaridad con los Pueblos de América Latina.
El reconocimiento que ahora le otorgan viene a testimoniar su abnegación por los demás y, en este caso -sin duda- por los que menos tienen. Quien pudo vivir con las comodidades del Primer Mundo optó por ir al Tercero para intentar poner su grano de arena a la injustificable situación de unos hombres y mujeres que, como nosotros, hablan, rezan y sueñan en español.

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