Así, como de un plumazo, este país ha estado a punto de quedarse sin líder de la oposición por un rocambolesco accidente de helicóptero en el que Mariano Rajoy se ha visto envuelto este jueves junto a la presidenta madrileña, Esperanza Aguirre.
Dice un experto en aeronaves que el aparato que salió del albero de la plaza de toros de Móstoles era “algo así como un turismo Renault-4, de 1975, que volaba”. Advierte que tienen poca potencia y un exceso de peso -personas más combustible- les hace muy vulnerables. Pero ¿quién se encarga de dar el visto bueno para que personajes tan relevantes del panorama nacional se embarquen en tamaño engendro? No lo sé. Si ese es un ejemplo de los medios técnicos con los que cuentan las Brigadas Especiales de Seguridad Ciudadana de Madrid, aviados vamos. Eso, o la supuesta impericia de su piloto, que todo puede ser. Ahora se está a la espera del informe técnico sobre el accidente.
El helicóptero desplomado era un modelo Bell 206 Twin Ranger contratado por la consejería de Justicia e Interior de la Comunidad de Madrid a Helicópteros del Sureste, una empresa situada en Alicante que suministra estos aparatos, entre otras administraciones, a la Generalitat Valenciana. Había sido utilizado durante dos años por la policía londinense y desde enero pasado cumplía misiones de vigilancia en la segunda ciudad más poblada de la comunidad madrileña, Móstoles, donde habitan unas 230.000 almas.
“Nos podíamos haber matado”, dijo Esperanza Aguirre nada más ser rescatada del interior del maltrecho aparato. Por fortuna, sólo se rompió el tacón de uno de sus zapatos. A Rajoy le vimos pálido, apurado, sin gafas y guardando las formas, sacando su inmensidad, con ayuda de los escoltas, por una de las salidas de emergencia habilitadas al efecto. Tan solo tenía pequeñas fracturas y luxaciones en dos de sus dedos. Nada de importancia. Ya le han dado el alta.
No es esta la primera ocasión en la que el presidente nacional del PP ve el peligro tan de cerca. Él mismo confesaba hace algún tiempo que, a lo largo de su vida, había vivido otras tres situaciones comprometidas. La más grave fue hace 26 años. En 1979, Mariano Rajoy quiso celebrar su éxito en las siempre duras oposiciones a Registrador de la Propiedad con sus amigos. En Galicia, el automóvil en el que viajaba se salió en una curva y se precipitó bruscamente por un terraplén. Sufrió severas heridas en el rostro si bien, en medio de la noche, pudo escalar hasta la carretera y pedir auxilio. Desde entonces siempre luce barba para disimular las cicatrices faciales de aquel episodio.
Ante el susto de este jueves, no es extraño que una de las primeras manifestaciones de Esperanza Aguirre fueran que habían vuelto a nacer. Pero en el caso de Rajoy es algo más. Y es que da la impresión de que el político gallego es como los gatos de los que, asegura la leyenda, tienen hasta siete vidas. Y sacando cuentas, a él le quedarían todavía tres.
2.12.05
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