El escritor Manuel Vicent acaba de publicar, a sus 69 años, un nuevo trabajo. Se trata de una novela autobiográfica que lleva por título Verás el cielo abierto como también lo fue Tranvía a la Malvarrosa. Presentada en Valencia, explica el autor que se trata de un “destape pero con pudor, como cuando se salía del cuarto de baño con la toalla”, donde la sinceridad se ha impuesto al estilo o al “lucimiento verbal”.
Para Vicent “ya es bastante difícil escribir con cierta coherencia para que, además, se impliquen terceros problemas. Politizar el lenguaje es ya lo máximo”.
Es éste último, dice el escritor nacido en la localidad castellonense de Villavieja, un trabajo “muy sincero, abierto y psicológicamente muy descarnado. El lector verá que está leyendo algo que es de verdad”.
Hablamos de una “biografía colectiva” en la que muchos lectores se reconocerán o bien por vivencias propias o debido a que se las han contado. Y aclara: “es lo que le ha pasado a mucha gente”.
Si cuentas lo que le ha pasado a muchas personas “la historia deja de ser una batallita para convertirse en una experiencia”.
No está escrita desde la nostalgia y asegura que la memoria “tal cual no existe. El tiempo la deforma; es como un espejo puesto de lado”.
“La memoria ya entra a formar parte de la imaginación y es así, en ese momento, cuando se convierte en materia literaria".
Verás el cielo abierto es “una historia personal que se tiene que leer como una novela”, así como una obra “de madurez”.
Valencia, la ciudad donde vivió y estudió Vicent, no le gustaba pero su recuerdo le agrada: “el tiempo tiende a embellecer el pasado. Las habitaciones de tu casa las recuerdas más grandes de lo que eran y el jardín más bonito”.
Si se trata de hacer una disección de la temporada que vivió en Valencia, “como se le hace a un cadáver, aquel tiempo fue horroroso. Era tiempo de miseria, pobreza, represión e ignorancia”.
Pero, pese a todo ello, “había momentos maravillosos porque si no, no se podía vivir”. Gentes que vivieron la Guerra Civil recuerdan momentos “en los que había un poco de felicidad. No se puede vivir siempre con dolor; el cerebro, con el tiempo, escupe el dolor, es un bálsamo”.
A Manuel Vicent no le gusta ejercer de valenciano en Madrid ni nada por el estilo, pues nunca ha “dejado de salir de Valencia”, pero reconoce que descubrió esta ciudad y su Mediterráneo cuando llegó a la capital de España, cuando perdió la inmediatez de las sensaciones marinas. Valencia es una ciudad “de tensiones. Las tensiones son muy morunas. Aquí, el de derechas es el más de derechas y el de izquierdas, el más de izquierdas, lo que también se da entre el republicano y el monárquico, o con el beato y el anticlerical. Tenemos la sangre mora. Es el pompeyano-naranjero. Pero hay inmediatez y naturalidad. Nadie mira hacia arriba o hacia abajo, miran a los ojos”.
Así lo cuenta Manuel Vicent, un hombre que siente más miedo ante la página en blanco de un artículo periodístico que cuando escribe una novela. “En ella no existe el tiempo. Es una forma de vivir. La estás viviendo mientras la escribes. A medida que el tiempo se acaba, la imaginación galopa de forma increíblemente veloz. Cuando yo escribía las crónicas parlamentarias, que iba a hacerlas cruzando todo Madrid, lo que más me gustaba es lo que se me ocurría en el último semáforo. Muchas crónicas las escribí de semáforo en semáforo”. Así es la vida.
16.11.05
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